top of page

EL PACIENTE



Vientos helados golpean el lugar. Aquí, desde la ventana de la habitación, veo doblarse a la ciudad ante semejante ventisca. El ambiente da a entender que no habrá visitas hoy; no soy muy intuitivo, pero es evidente que lo de afuera es el comienzo de una tormenta. Se aproxima la lluvia y, mientras la espero, para observarla, quiero escribir un rato. 

Siempre he discrepado un poco con aquellas personas que utilizan la lluvia como una influencia negativa para expresarse. La canción reza “porque nada dura para siempre  y nosotros dos sabemos que el corazón puede cambiar y es difícil tener una vela  en esta fría lluvia de noviembre”. No lo sé, creo sentir esa carga peyorativa en el uso de la palabra. No me mal entiendas, no quiero criticar la cultura del rock, pero me parecía que era un buen tema para comenzar esto que estoy escribiendo. Un día escuche en la radio a un poeta, en una especie de clase sobre cómo escribir poesía, que decía que uno podía asemejar la lluvia con un concepto expresivo como llorar. “Tus ojos, mi cielo… tus lagrimas, esa triste inundación donde se precipita mi alma”. Pero no siempre se llora por cosas malas, aunque es cierto que es difícil llorar por cosas buenas. Yo considero a la lluvia muy positiva, será porque me encanta verla desde esta ventana, pero supongo que todo esto en realidad tiene que ver con que afuera de mi ventana esta lloviendo, y creo haber iniciado bien este escrito. Tal vez deba ser más sincero, al menos con este pedazo de papel; te extraño. Como dije, hoy no habrá visitas. 

Han pasado un par de semanas, que tal vez ya sean un mes, y la verdad no creo que pueda llamar a ese lapso de tiempo algo interesante. La comida ha estado buena, por suerte no hubo apagones durante las noches. No me ha surgido usar el aire acondicionado, el frescor que brota de la noche se me antoja memorable y nostálgico, pero descubrí que sirve para mantenerme en vela. He pillado una leve gripe por culpa de ese descubrimiento, pero estaré bien, eso creo. El agua, a pesar de todo, sale fría en la ducha.

Creo haber dicho que hoy no habrá visitas. No me urge peinarme ni afeitarme. Nunca he tenido un descuido higiénico pero estas semanas, si no es un mes, el rostro se me ha poblado de una curiosa barba, aunque en algunas partes aun tenga lagunas donde el vello no ha crecido. 

Sé que a lo mejor no ha pasado demasiado tiempo, pero no sé cuando pueda volver a escribirte, o a escribir en general. Sé que suena un poco triste, sobre todo por el hecho de que si hubiera recibido visitas tendría una mejor excusa para no dedicarme a escribir, pero hay un hombre, que al parecer vive por aquí, que se acerco a hablarme, su nombre es Tomás. Me mantiene distraído. Me invita cigarrillos todo el tiempo y me habla sobre las noticias que escucha en la radio. No tengo problema con eso, estoy bien. Me he vuelto un buen fumador, no quiero sonar presumido, además solo fumo cuando Tomás anda por aquí, pero al menos ya no me ahogo en cada bocanada como al principio. Tomás quiere enseñarme como hacer anillos con el humo del cigarrillo, lo cual me llevara práctica, lo cual  no sé hasta qué punto sea bueno; tampoco sé cómo consigue cigarrillos, pero no he creído conveniente preguntarle, apenas lo conozco y creo que nunca entenderé muy bien que hace por aquí, parece tener secretos, y no creo conveniente preguntar sobre sus secretos; no digo que no me gustaría que me contase sus secretos, pero no me gustaría forzar la relación. Eso lo aprendí bien. 

Hemos escuchado en las noticias que posiblemente la lluvia se extienda por un par de días, que podrían ser una semana, no lo digo porque sea algo malo, estoy tratando de cubrir espacio, no quiero que pienses que solo escribo para hablar de ti. Creo que lo haré, porque, al fin y al cabo, no sé cuando volveré a escribir, o si tendré papel, o si tendré el valor o las palabras necesarias. Pensándolo bien, tampoco sé si me leerás, aunque me gustaría que lo hicieras. Se te hecha de menos por aquí, aunque no sabría decir a fin de cuentas si eso es algo malo.

Creo que voy a tratar de rellenar el espacio un poco más. Te hablaré de mí, porque realmente quiero que me leas, y sé que en este momento, o mejor dicho en ese momento, hace un par de semanas, o quizás un mes, no leerías algo que sea solamente sobre ti, sobre todo por lo que dijiste la ultima vez que hablamos. Estoy bien, funcional. El sueño se me ha dado un poco más continuo, salvo por una que otra cucaracha, que en realidad no está. Subí un poco de peso, no el suficiente como para que me dejen de llamar el “flaco”, pero si lo suficiente para sentirme en el buen camino. Tuve tiempo de leer, me he vuelto cercano a Borges y a Cortázar. Cortázar termino uno de sus cuentos (“Las puertas del cielo”) de la misma forma en que yo podría comenzar uno de los míos, si escribiera cuentos: “Lo vi levantarse y caminar por la pista con paso de borracho, buscando a la mujer que se parecía a Celina. Yo me estuve quieto, fumándome un rubio sin apuro, mirándolo ir y venir sabiendo que perdía su tiempo, que volvería agobiado y sediento sin haber encontrado las puertas del cielo entre ese humo y esa gente”.

Me identifico con esa necesidad de buscar, aunque yo no tenga una pista, tengo una ventana, tengo cigarrillos, tal vez escribiendo esto pueda buscar y encontrar, o solo buscar, o tal vez escribiendo este haya yo resignado todo. No quiero aburrirte tratando de explicar un cuento que tal vez no hayas leído y que yo no he escrito. Además hay otras cosas aparte de los libros. El bullicio de la radio que mantiene a Tomás todo el tiempo alerta. Aún no he logrado mis anillos de humo, pero he ganado una tos de cigarro que me acompaña en las noches. No he comenzado el libro que me sugeriste, porque quería escribirte, y creo que si hubiese comenzado el libro y luego decidía escribirte no hubiera sabido no hablar de ti. Y ciertamente no lo sé. 

Tampoco sé cómo seguir rellenando estas paginas, no quiero escribir que sufro, no quiero escribir de más, no quiero que me leas y pienses que soy patético, otra vez, no quiero que me leas y no sepas lo que es justo o no, otra vez, que pienses que debo hacer lo imposible, porque ciertamente no sé que es hacer lo imposible, no sé hacerlo. No quiero estar mal porque pronto vendrá Tomás y no creo conveniente contarle porque escribo. Secretos son secretos. Pensándolo bien prefiero no escribir lo que tenia pensado. No sé si a esta altura seguirás leyendo esto o si esto ya esta en algún basurero, solo diré que he aceptado que no habrá más visitas. Lo he hecho. He aceptado que no estoy en mi mejor momento. Funciono, y eso me basta para pasar el día. Y en la noche me encuentro mirando por la ventana y no es necesario estar funcional. Funciono para practicar mis anillos de humo, para poder seguir la corriente a Tomás, que ahora menciona a gritos el nombre de un tal Santiago, no he preguntado porque. A veces no hace falta, solo lo abrazo y se queda callado. Creo que solo necesita un abrazo, no creo que haga falta gritar pero si así es como quiere que sean las cosas por mi está bien. Prefiero no detenerme a pensar porque la realidad es así, el Nene sabia decir que la vida es azarosa, para mi eso es suficiente. Y está bien, no esperaba desahogarme, francamente lo he hecho un poco y eso me sienta bien. Solamente que ahora es tiempo de terminar con esto, no creo que pueda seguir rellenando los espacios, no creo que pueda seguir con este confuso conteo del tiempo, podría seguir mirando la ventana, pero antes debo terminar esto. Si has llegado hasta aquí con cierta esperanza, la cual yo no tengo, espero que aceptes para bien que utilice las palabras de otra persona para terminar esto que escribo. Borges dijo una vez: “no somos lo que somos por lo que escribimos, somos lo que somos por lo que leemos”. Este poema lo leí hace poco, y creo que podría ser un buen final si yo escribiera cuentos; al menos lo es para lo que escribo ahora.


Con cariño, Edu.


“¿Por qué te escribo esto? no lo sé,

La noche me encuentra expectante en la cornisa,

El paisaje es un osario de calles y de veredas.

La esperanza es el faro que ilumina la ochava con la seguridad de saber que no vendrás. Pero sin embargo aquí estoy, definiendo la utopía.

¿Qué espero realmente?  

Tal vez no ha pasado tanto tiempo, o tal vez Borges se equivoco por primera vez y el olvido no trabaja felizmente en estas noches de insomnio. Yo aun te recuerdo. Flaca, alta, de tez morena, de blancos dientes, de sonrisa larga, de temperamento hiriente, de carácter distraído. 

Yo aun recuerdo que en el norte, desde mi ventana, estaban tus ojos, y en el sur tu espalda de azúcar. 

Recuerdo que hubo un tiempo en que mi osamenta eran tu boca y tu voz. Recuerdo que viniste, recuerdo haber impedido el trabajo del azar. 

Recuerdo que no existía esta ventana, que una vez existió el tocar tu mano, que una vez existió el mirar tus ojos y abrazar tu cuerpo.

Y puede que algún día leas esto y te enteres que en este cuarto de sombra de muerte nació para vos una flor entre tanta mierda. 


El Paciente, Gregorio A. Fischer 

Recent Posts

See All

Comentários


© 2023 by Glorify. Proudly created with Wix.com

bottom of page